Aziian´s page - Declaración - Capitulo 14
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Declaración

—No puedes hablar en serio —dije el miércoles por la tarde—. ¡A ti se te ha ido la olla! ¡Te has vuelto loca!

—Puedes ponerme a caldo —replicó Alice—, pero no se suspende la fiesta.

La miré fijamente, con ojos tan desorbitados por la incredulidad que pensé que se me salían de las cuencas y caían sobre la bandeja de la comida.

—¡Venga, Bella, tranquila! No hay razón para no celebrarla. Además, ya están enviadas las invitaciones.

—Tú... estás... tocada... del... ala... como... una cabra —farfullé.

—Encima, ya te he comprado mi regalo —me recordó—. Basta con abrirlo.

Hice un esfuerzo para conservar la calma.

—Una fiesta es lo menos apropiado del mundo con la que se nos viene encima.

—Lo más inmediato es la graduación, y dar una fiesta es tan apropiado que casi parece pasado de moda.

—¡Alice!

Ella suspiró e intentó ponerse seria.

—Nos va a llevar un poco de tiempo poner en orden las cosas pendientes. Podemos aprovechar el compás de espera para celebrarlo. Vas a graduarte en el instituto por primera y única vez en la vida. No volverás a ser humana, Bella. Esta oportunidad es irrepetible.

Edward, que había permanecido en silencio durante nuestra pequeña discusión, le lanzó a su hermana una mirada de advertencia y ella le sacó la lengua. Su tenue voz jamás se había dejado oír por encima del murmullo de voces de la cafetería y en cualquier caso, nadie comprendería el significado oculto detrás de sus palabras.

—¿Qué es lo que hemos de poner en orden? —pregunté, negándome a cambiar de tema.

—Jasper cree que un poco de ayuda nos vendría bien —respondió Edward en voz baja—. La familia de Tanya no es nuestra única alternativa. Carlisle está intentando averiguar el paradero de algunos viejos amigos y Jasper ha ido a visitar a Peter y Charlotte. Ha sopesado incluso la posibilidad de hablar con María, pero a nadie le apetece involucrar a los sureños —Alice se estremeció levemente—. No iba a sernos difícil convencerlos de que echaran una mano —prosiguió—, pero ninguno queremos recibir visitas desde Italia.

—Pero esos amigos... Esos amigos no son «vegetarianos», ¿verdad? —protesté, utilizando en tono de burla el apodo con el que los Cullen se designaban a sí mismos.

—No —contestó Edward, súbitamente inexpresivo.

—¿Los vais a traer a Forks?

—Son amigos —me aseguró Alice—. Todo va a salir bien, no te preocupes. Luego, Jasper debe enseñarnos unas cuantas formas de eliminar neófitos...

Al oír eso, una sonrisilla iluminó el rostro de Edward y los ojos le centellearon. Sentí una punzada en el estómago, que parecía repleto de esquirlas de hielo.

—¿Cuándo os marcháis? —pregunté con voz apagada.

La idea de que alguno no regresara me resultaba insoportable. ¿Qué pasaba si era Emmett, tan valeroso e inconsciente que jamás tomaba la menor precaución? ¿Y si era Esme, tan dulce y maternal que ni siquiera la imaginaba luchando? ¿Y si caía Alice, tan minúscula y de apariencia tan frágil? ¿Y si...? No podía pensar su nombre ni sopesar la posibilidad.

—Dentro de una semana —replicó Edward con indiferencia.

Los fragmentos de hielo se agitaron de forma muy molesta en mi estómago y de repente sentí náuseas.

—Te has puesto verde, Bella —comentó Alice.

Edward me rodeó con el brazo y me estrechó con fuerza contra su costado.

—Va a ir bien, Bella. Confía en mí, tranquila.

¡Y un cuerno!, pensé en mi fuero interno. Confiaba en él, pero era yo quien se iba a quedar sentada en la retaguardia, preguntándome si la razón de mi existencia iba o no a regresar.

Fue entonces cuando se me ocurrió que quizá no fuera necesario que me sentara a esperar. Una semana era más que de sobra.

—Estáis buscando ayuda —anuncié despacio.

—Sí.

Alicia ladeó la cabeza al percibir un cambio de tono en mi voz. La miré sólo a ella cuando hice mi sugerencia con un hilo de voz poco más audible que un susurro.

—Yo puedo ayudar.

De repente, Edward se envaró y me sujetó con más fuerza. Espiró con un siseo, pero fue Alice quien respondió sin perder la calma.

—En realidad, eso sería de poca utilidad.

—¿Por qué? —repliqué. Detecté una nota de desesperación en mi voz—. Ocho es mejor que siete y da tiempo de sobra.

—No hay suficientes días para que puedas ayudarnos —repuso ella con aplomo—. ¿Recuerdas la descripción de los jóvenes que hizo Jasper? No serías buena en una pelea. No podrías con trolar tus instintos y eso te convertiría en un blanco fácil, y Edward resultaría herido al intentar protegerte.

Alice se cruzó de brazos, satisfecha de su irrefutable lógica. Estaba en lo cierto. Siempre se ponía así cuando tenía razón. Me hundi en el asiento cuando se vino abajo mi fugaz ilusión. Edward, que estaba a mi lado, se relajó y me habló al oído.

—No mientras tengas miedo —me recordó.

—Ah —comentó Alice con rostro carente de expresión, pero luego se volvió hosca—: Odio las cancelaciones en el último minuto, y ésta rebaja la lista de asistentes a la fiesta a sesenta y cinco.

—¡Sesenta y cinco! —los ojos se me salieron de las órbitas otra vez. Yo no tenía tantos amigos, es más, ¿conocía a tanta gente?

—¿Quién ha cancelado su asistencia? —preguntó Edward, ignorándome.

—Renée.

—¿Qué? —exclamé con voz entrecortada.

—Iba a acudir a tu fiesta de graduación para darte una sorpresa, pero algo ha salido mal. Encontrarás un mensaje suyo en el contestador cuando llegues a casa.

Me limité a disfrutar de la sensación de alivio durante unos instantes. Ignoraba qué le había salido mal a mi madre, pero fuera lo que fuera, le guardaba gratitud eterna. Si ella hubiera venido a Forks ahora..., no quería ni imaginarlo, me hubiera estallado la cabeza.

 

La luz del contestador parpadeaba cuando regresé a casa. Mi sensación de alivio volvió a aumentar cuando oí describir a mi madre el accidente de Phil en el campo de béisbol. Se enredó con el receptor mientras hacía una demostración de deslizamiento y se rompió el fémur, por lo que dependía de ella por completo y no le podía dejar solo. Mi madre seguía disculpándose cuando se acabó el tiempo del mensaje.

—Bueno, ahí va una —suspiré.

—¿Una? ¿Una qué? —inquirió Edward.

—Una persona menos por la que preocuparse de que la maten la semana próxima —puso los ojos en blanco—. ¿Por qué Alice y tú no os tomáis en serio este asunto? —exigí saber—. Es grave.

Él sonrió.

—Confianza.

—Genial —refunfuñé.

Descolgué el auricular y marqué el número de Renée a sabiendas de que me aguardaba una larga conversación, pero también preveía que no iba a tener que participar mucho.

Me limité a escuchar y asegurarle cada vez que me dejaba meter baza que no estaba decepcionada ni enfadada ni dolida. Ella debía centrarse en ayudar a la recuperación de Phil, con quien me puso para que le dijera «que te mejores», y prometí llamarla para cualquier nuevo detalle de la graduación del instituto. Al final, para lograr que colgara, me vi obligada a apelar a mi necesidad de estudiar para los exámenes finales.

El temple de Edward era infinito. Esperó con paciencia durante toda la conversación, jugueteando con mi pelo y sonriendo cada vez que yo alzaba los ojos. Probablemente, era superficial fijarse en ese tipo de cosas mientras tenía tantos asuntos importantes en los que pensar, pero su sonrisa aún me dejaba sin aliento. Era tan guapo que en ocasiones me resultaba extremadamente difícil pensar en otra cosa, como las tribulaciones de Phil, las disculpas de Renée o la tropa enemiga de vampiros. La carne es débil.

Me puse de puntillas para besarle en cuanto colgué. Me rodeó la cintura con los brazos y me llevó en volandas hasta la encimera de la cocina, ya que yo no hubiera podido llegar tan lejos. Eso jugó a mi favor, ya que enlacé mis brazos alrededor de su cuello y me fundí con su frío pecho.

El me apartó demasiado pronto, como de costumbre.

Hice un mohín de contrariedad. Edward se rió de mi expresión una vez que se hubo zafado de mis brazos y mis piernas. Se inclinó sobre la encimera a mi lado y me rozó los hombros con el brazo.

—Sé que me consideras capaz de un autocontrol perfecto y persistente, pero lo cierto es que no es así.

—Qué más quisiera yo.

Suspiré; él hizo lo mismo y luego cambió de tema.

—Mañana después del instituto voy a ir de caza con Carlisle, Esme y Rosalie —anunció—. Serán sólo unas horas y vamos a estar cerca. Alice, Jasper y Emmett se las arreglarían para mantenerte a salvo si fuera necesario.

—¡Puaj! —refunfuñé. Mañana era el primer día de los exámenes finales y el instituto cerraba por la tarde. Tenía exámenes de Cálculo e Historia, los dos puntos débiles a la hora de conseguir la graduación, por lo que iba a estar casi todo el día sin él ni otra cosa que hacer que preocuparme—. Me repatea que me cuiden.

—Es provisional —me prometió.

—Jasper va a aburrirse y Emmett se burlará de mí.

—Van a portarse mejor que nunca.

—Vale —rezongué. Entonces se me ocurrió que tenía otra alternativa distinta a los canguros—. Sabes..., no he estado en La Push desde el día de las hogueras —observé con cuidado su rostro en busca del menor gesto, pero sólo los ojos se tensaron levemente—. Allí estaría a salvo —le recordé.

Lo consideró durante unos instantes.

—Es probable que tengas razón.

Mantuvo el rostro en calma, quizá estuviera demasiado impermeable para ser sincero. Estuve a punto de preguntarle si prefería que me quedara en casa, pero luego imaginé a Emmett tomándome el pelo a diestro y siniestro, razón por la que cambié de tema.

—¿Ya tienes sed? —pregunté mientras estiraba la mano para acariciar la leve sombra de debajo de sus ojos. Su mirada seguía siendo de un dorado intenso.

—En realidad, no.

Parecía reacio a responder, y eso me sorprendió. Aguardé una explicación que me dio a regañadientes.

—Queremos estar lo más fuertes posible. Quizá volvamos a cazar durante el camino de cara al gran juego.

—¿Eso os dará más fuerza?

Estudió mi rostro, pero sólo halló curiosidad.

—Sí —contestó al final—. La sangre humana es la que más vitalidad nos proporciona, aunque sea levemente. Jasper ha estado dándole vueltas a la idea de hacer trampas. Es un tipo realista aunque la idea no le agrade, pero no la va a proponer. Conoce cuál sería la respuesta de Carlisle.

—¿Eso os ayudaría? —pregunté en voz baja.

—Eso no importa. No vamos a cambiar nuestra forma de ser.

Puse mala cara. Si había algo que aumentara las posibilidades... Estaba favorablemente predispuesta a aceptar la muerte de un desconocido para protegerle a él. Me aborrecí por ello, pero tampoco era capaz de rechazar la posibilidad.

Él volvió a cambiar de tema.

—He ahí la razón por la que son tan fuertes. Los neófitos están llenos de sangre humana, su sangre, que reacciona a la transformación. Hace crecer los tejidos, los fortalece. Sus cuerpos consumen de forma lenta esa energía y, como dijo Jasper, la vitalidad comienza a disminuir pasado el primer año.

—¿Cuánta fuerza tendré?

Sonrió.

—Más que yo.

—¿Y más que Emmett?

La sonrisa se hizo aún mayor.

—Sí. Hazme el favor de echarle un pulso. Le conviene una cura de humildad.

Me eché a reír. Sonaba tan ridículo.

Luego, suspiré y me dejé caer de la encimera. No podía aplazarlo por más tiempo. Debía empollar, y empollar de verdad. Por fortuna, contaba con la ayuda de Edward, que era un tutor excelente y lo sabía absolutamente todo. Suponía que mi mayor problema iba a ser concentrarme durante los propios exámenes. Si no me controlaba, iba a ser capaz de terminar escribiendo un ensayo sobre la historia de las guerras de los vampiros en el sur.

Me tomé un respiro para telefonear a Jacob. Edward pareció tan cómodo como cuando llamé a Renée y volvió a juguetear con mi pelo.

Mi telefonazo despertó a Jacob a pesar de que era bien entrada la tarde. Acogió con júbilo la posibilidad de una visita al día siguiente. La escuela de los quileute ya había concedido las vacaciones de verano, por lo que podía recogerme tan pronto como me conviniera. Me complacía mucho tener una alternativa a la de los canguros. Pasar el día en compañía de un amigo era un poquito más decoroso...

...pero una parte de esa dignidad se perdió cuando Edward insistió en dejarme en la misma divisoria, como un niño que se confía a la custodia de sus tutores.

—Bueno, ¿cómo te han ido los exámenes? —me preguntó Edward durante el camino para darme conversación.

—El de Historia era fácil, pero el de Cálculo, no sé, no sé. Me parece que tenía sentido, lo cual quiere decir que lo más probable es que me haya equivocado.

Él se carcajeó.

—Estoy convencido de que lo has hecho bien, pero puedo sobornar al señor Varner para que te ponga sobresaliente si estás tan preocupada.

—Gracias, gracias, pero no.

Se echó a reír de nuevo, pero las carcajadas se detuvieron en cuanto doblamos la última curva y vio estacionado el coche rojo.

Suspiró pesadamente.

—¿Pasa algo? —inquirí, ya con la mano en la puerta.

Sacudió la cabeza.

—Nada.

Entornó los ojos y clavó la mirada en el otro coche a través del parabrisas. Ya conocía esa mirada.

—No leas la mente de Jacob, ¿vale? —le acusé.

—Resulta difícil ignorar a alguien que va pegando voces.

—Ah —cavilé durante unos segundos—. ¿Y qué es lo que grita? —inquirí en un susurro.

—Estoy absolutamente seguro de que va a contártelo él mismo —repuso Edward con tono irónico.

Le habría presionado sobre el tema, pero Jacob se puso a tocar el claxon. Sonaron dos rápidos bocinazos de impaciencia.

—Es un comportamiento descortés —refunfuñó Edward.

—Es Jacob.

Suspiré y me apresuré a salir del coche antes de que hiciera algo que sacara de sus casillas a Edward.

Me despedí de él con la mano antes de entrar en Volkswagen Golf y desde lejos me pareció que los bocinazos o los pensamientos de Jacob le habían alterado de verdad, pero tampoco es que yo tuviera una vista de lince y cometía errores todo el tiempo.

Deseé que Edward se acercara, que ambos salieran de los coches y se estrecharan las manos como amigos, que fueran Edward y Jacob en vez de vampiro y licántropo. Tenía la sensación de tener en las manos dos imanes obstinados y estar intentando acercarlos para obligarlos a actuar contra los dictados de la naturaleza.

Suspiré y entré en el coche de Jacob.

—Hola, Bella.

El tono de Jake era normal, pero hablaba arrastrando las sílabas. Estudié su rostro mientras comenzaba a descender por la carretera de regreso a La Push, conduciendo algo más deprisa que yo, pero bastante más lento que Edward.

Jacob parecía diferente, quizás incluso enfermo. Se le cerraban los párpados y tenía el rostro demacrado. Llevaba el pelo desgreñado, con los mechones disparados en todas direcciones, hasta casi el punto de llegarle a la barbilla en algunos sitios.

—¿Te encuentras bien, Jacob?

—Sólo un poco cansado —consiguió decir antes de verse desbordado por un descomunal bostezo. Cuando acabó, preguntó—: ¿Qué quieres hacer hoy?

Le contemplé durante un instante.

—Por ahora —sugerí—, vamos a dejarnos caer por tu casa —no tenía aspecto de tener cuerpo para mucho más que eso—. Ya montaremos en moto más tarde.

—Vale, vale —dijo.

Y bostezó de nuevo.

Me sentí extraña al no encontrar a nadie en la casa. Entonces comprendí que consideraba a Billy como parte del mobiliario, siempre presente.

—¿Dónde está tu padre?

—Con los Clearwater. Suele pasar mucho rato allí desde la muerte de Harry. Sue se siente un poco sola.

Jacob se sentó en el viejo sofá, no mucho más grande que un canapé, y se arrastró dando tumbos para hacerme sitio.

—Ah, bien hecho. Pobre Sue.

—Sí... Ella está teniendo... —vaciló—. Tiene problemas con los chicos.

—Normal. Debe de ser muy duro para Seth y Leah haber perdido a su padre.

—Ajajá —coincidió él con la mente sumida en sus pensamientos.

Echó mano al mando a distancia y empezó a hacer zapping sin prestar la menor atención. Bostezó de nuevo.

—¿Qué te ocurre? Pareces un zombi, Jake.

—Esta noche no he dormido más de dos horas, y la anterior, sólo cuatro —me dijo. Estiró sus largos brazos lentamente y pude oír chasquear las articulaciones mientras se flexionaba. Dejó caer el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá, detrás de mí, y reclinó la cabeza contra la pared.

—Estoy reventado.

—¿Por qué no duermes? —le pregunté.

Hizo un mohín.

—Sam tiene problemas. No confía en tus chupasangres y en lo que yo hablé con Edward. He hecho turnos dobles durante las dos últimas semanas sin que nadie me haya ayudado, aun así, él no lo tiene en cuenta. Así que de momento voy por libre.

—¿Turnos dobles? ¿Y lo haces para vigilar mi casa? Jake, eso es una equivocación. Necesitas dormir. Estaré bien.

—Sí, claro... —de pronto, abrió un poco los ojos, más alerta—. Eh, ¿habéis averiguado quién estuvo en tu habitación? ¿Hay alguna novedad?

Ignoré la segunda pregunta.

—No, aún no sabemos nada de mi... visitante.

—Entonces, seguiré rondando por ahí —insistió mientras se le cerraban los párpados.

—Jake... —comencé a quejarme.

—Eh, es lo menos que puedo hacer... Te ofrecí servidumbre eterna, recuerda, ser tu esclavo de por vida.

—¡No quiero un esclavo!

No abrió los ojos.

—Entonces, ¿qué quieres, Bella?

—Quiero a mi amigo Jacob..., y no me apetece verle medio muerto, haciéndose daño por culpa de alguna insensatez...

—Míralo de este modo —me atajó—. Estoy esperando la oportunidad de rastrear a un vampiro al que se me permite matar, ¿vale?

No le contesté. Entonces, me miró, estudiando mi reacción.

—Estoy de broma, Bella.

No aparté la vista del televisor.

—Bueno, ¿y tienes algún plan especial para la próxima semana? Vas a graduarte. Guau, qué bien —hablaba con voz apagada y su rostro, ya demacrado, estaba ojeroso cuando cerró los ojos, aunque en esta ocasión no era a causa de la fatiga, sino del rechazo. Comprendí que esa graduación tenía un significado especial para él, aunque ahora mis intenciones se habían trastocado.

—No tengo ningún plan «especial» —respondí cuidadosamente con la esperanza de que mis palabras le tranquilizaran sin necesidad de ninguna explicación más detallada. No quería abordar eso en aquel momento. Por un lado, él no tenía aspecto de poder sobrellevar conversaciones difíciles; y por otra, iba a percatarse de mis muchos reparos—. Bueno, debo asistir a una fiesta de graduación. La mía —hice un sonido de disgusto—. A Alice le encantan las fiestas y esa noche ha invitado a todo el pueblo a su casa. Va a ser horrible.

Abrió los ojos mientras yo hablaba y una sonrisa de alivio atenuó su aspecto cansado.

—No he recibido ninguna invitación. Me siento ofendido —bromeó.

—Considérate convidado. Se supone que es mi fiesta, por lo que estoy en condiciones de invitar a quien quiera.

—Gracias —contestó con sarcasmo mientras cerraba los ojos una vez más.

—Me gustaría que vinieras —repuse sin ninguna esperanza—. Sería más divertido, para mí, quiero decir.

—Vale, vale... —murmuró—. Sería de lo más... prudente.

Se puso a roncar pocos segundos después.

Pobre Jacob. Estudié su rostro mientras dormía y me gustó lo que vi, pues no estaba a la defensiva y había desaparecido todo atisbo de amargura. De pronto, apareció el chico que había sido mi mejor amigo antes de que toda esa estupidez de la licantropía se hubiera interpuesto en el camino. Parecía mucho más joven. Parecía mi Jacob.

Me acomodé en el sofá para esperar a que se despertara, con la esperanza de que durmiera durante un buen rato y recuperase el sueño atrasado. Fui cambiando de canal, pero no echaban nada potable, así que lo dejé en un programa culinario, sabedora de que yo nunca sería capaz de emular semejante despliegue en la cocina de Charlie. Mi amigo siguió roncando cada vez más fuerte, por lo que subí un poco el volumen de la tele.

Estaba sorprendentemente relajada, incluso soñolienta también. Me sentía más segura en aquella casa que en la mía, puede que porque nadie había acudido a buscarme a ese lugar. Me aovillé en el sofá y pensé en echar un sueñecito yo también. Quizá lo habría logrado, pero era imposible conciliar el sueño con los ronquidos de Jake. Por eso, dejé vagar mi mente en lugar de dormir.

Había terminado los exámenes finales. La mayoría estaban tirados con la excepción de Cálculo, en el que aprobar o suspender estaba ahí, ahí, por los pelos. Mi educación en el instituto había concluido y no sabía cómo sentirme en realidad. Era incapaz de contemplarlo con objetividad al estar ligada al fin de mi existencia como mortal.

Me pregunté cuánto tiempo pensaba Edward usar su pretexto «no mientras tengas miedo». Iba a tener que ponerme firme alguna vez.

Pensándolo desde un punto de vista práctico, sabía que tenía más sentido pedirle a Carlisle que me transformara en el momento de recibir la graduación. Forks estaba a punto de convertirse en un pueblo tan peligroso como si fuera zona de guerra. No. Forks era ya zona de guerra, sin mencionar que sería una excusa perfecta para perderme la fiesta de graduación. Sonreí para mis adentros cuando pensé en la más trivial de las razones para la conversión, estúpida, sí, pero aun así, convincente.

Pero Edward tenía razón. Todavía no estaba preparada.

No deseaba ser práctica. Quería que fuera él quien me transformara. No era un deseo racional, de eso no tenía duda. Dos segundos después de que cualquiera me mordiera y la ponzoña corriera por mis venas dejaría de preocuparme quién lo hubiera hecho, por lo que no habría diferencia alguna.

Resultaba difícil explicar en palabras, incluso a mí misma, por qué tenía tanta importancia. Guardaba relación con el hecho de que él hiciera la elección. Si me quería lo bastante para conservarme como era, también debería impedir que me transformara otra persona. Era una chiquillada, pero quería que sus labios fueran el último placer que sintiera; aún más ‑y más embarazoso, algo que no diría en voz alta‑, deseaba que fuera su veneno el que emponzoñara mi cuerpo. Eso haría que le perteneciera de un modo tangible y cuantificable.

Pero sabía que se iba a aferrar al plan de la boda como una garrapata. Estaba segura de que buscaba forzar una demora y se afanaba en conseguirla. Intenté imaginarme anunciando a mis padres que me casaba ese verano, y también a Angela, Ben, Mike. No podía. No se me ocurría qué decir. Resultaría más sencillo explicarles que iba a convertirme en vampiro. Y estaba segura de que al menos mi madre, sobre todo si era capaz de contarle todos los detalles de la historia, iba a oponerse con más denuedo a mi matrimonio que a mi vampirización. Hice una mueca en mi fuero interno al imaginar la expresión horrorizada de Renée.

Entonces, tuve por un segundo otra visión: Edward y yo, con ropas de otra época, en una hamaca de un porche. Un mundo donde a nadie le sorprendería que yo llevase un anillo en el dedo, un lugar más sencillo donde el amor se encauzaba de forma simple, donde uno más uno sumaban dos.

Jacob roncó y rodó de costado. Su brazo cayó desde lo alto del respaldo del sofá y me fijó contra su cuerpo.

¡Toma ya, cuánto pesaba! Y calentaba. Resultó sofocante al cabo de unos momentos.

Intenté salir de debajo de su brazo sin despertarle, pero me vi en la necesidad de empujarle un poquito y abrió los ojos bruscamente. Se levantó de un salto y miró a su alrededor con ansiedad.

—¿Qué? ¿Qué? —preguntó, desorientado.

—Sólo soy yo, Jake. Lamento haberte despertado.

Se giró para mirarme, parpadeando confuso.

—¿Bella?

—Hola, dormilón.

—¡Jo, tío! ¿Me he dormido? Lo siento. ¿Cuánto tiempo he estado grogui?

—Unas cuantas horas por lo menos. He perdido la cuenta.

Se dejó caer en el sofá, a mi lado.

—¡Vaya! Cuánto lo siento, Bella.

Le atusé ligeramente la melena en un intento de alisar un poco aquel lío.

—No lo lamentes. Estoy contenta de que hayas dormido algo.

Bostezó y se desperezó.

—Últimamente, soy un negado. No me extraña que Billy se pase el día fuera. Estoy hecho un muermo.

—Tienes buen aspecto —le aseguré.

—Puaj, vamos fuera. Necesito dar un paseo por ahí o voy a quedarme frito otra vez.

—Vuelve a dormir, Jacob. Estoy bien. Llamaré a Edward para que venga a recogerme —palmeé mis bolsillos mientras hablaba y descubrí que los tenía vacíos—. ¡Mecachis! Voy a tener que pedirte prestado el teléfono. Creo que me he dejado el mío en el coche.

Comencé a enderezarme.

—¡No! —insistió Jacob al tiempo que me aferraba la mano—. No, quédate. No puedo creerme que haya desperdiciado tanto tiempo.

Tiró de mí para levantarme del sofá mientras hablaba y abrió camino hacia el exterior, agachando la cabeza al llegar a la altura del marco de la puerta. Había refrescado de modo notable durante su sueño. El aire era anormalmente frío para aquella época del año. Debía de haber una tormenta en ciernes, pues parecíamos estar en febrero en lugar de mayo.

El viento helado pareció ponerle más alerta. Caminaba de un lado para otro delante de la casa, llevándome a rastras con él.

—¿Qué te pasa? Sólo te has quedado dormido —me encogí de hombros.

—Quería hablar contigo. No me lo puedo creer...

—Pues habla ahora.

Jacob buscó mis ojos durante un segundo y luego desvió la mirada deprisa hacia los árboles. Casi daba la impresión de haber enrojecido, pero resultaba difícil de asegurarlo al tener la piel oscura.

De pronto, recordé lo que me había dicho Edward cuando vino a dejarme, que Jacob me diría lo que estaba gritando en su mente. Empecé a morderme el labio.

—Mira, planeaba hacer esto de un modo algo diferente —soltó una risotada, y pareció que se reía de sí mismo—. De un modo más sencillo —añadió—, preparando el terreno, pero... —miró a las nubes—. No tengo tiempo para preparativos...

Volvió a reírse, nervioso, aún caminábamos, pero más despacio.

—¿De qué me hablas? —inquirí.

Respiró hondo.

—Quiero decirte algo que ya sabes, pero creo que, de todos modos, debo decirlo en voz alta para que jamás haya confusión en este tema.

Me planté y él tuvo que detenerse. Le solté de la mano y crucé los brazos sobre el pecho. De repente, estuve segura de lo que iba a decir y no quería saber lo que estaba preparando.

Jacob frunció el ceño de modo que las cejas casi se tocaron, proyectando una profunda sombra sobre los ojos, oscuros como boca de lobo cuando perforaron los míos con la mirada.

—Estoy enamorado de ti, Bella —dijo con voz firme y decidida—. Te quiero, y deseo que me elijas a mí en vez de a él. Sé que tú no sientes lo mismo que yo, pero necesito soltar la verdad para que sepas cuáles son tus opciones. No me gustaría que la falta de comunicación se interpusiera en nuestro camino.

s de armas, pero yo era más rápido y mejor luchador, por lo que ella estaba muy complacida conmigo a pesar de lo mucho que le molestaba tener que reemplazar a mis víctimas. Me recompensaba a menudo, por lo cual gané en fortaleza.

»Ella juzgaba bien a los hombres y no tardó en ponerme al frente de los demás, como si me hubiera ascendido, lo cual encajaba a la perfección con mi naturaleza. Las bajas descendieron drásticamente y nuestro número subió hasta rondar la veintena...

»...una cifra considerable para los tiempos difíciles que nos tocaba vivir. Mi don para controlar la atmósfera emocional circundante, a pesar de no estar aún definido, resultó de una efectividad vital. Pronto, los neófitos comenzamos a trabajar juntos como no se había hecho antes hasta la fecha. Incluso María, Nettie y Lucy fueron capaces de cooperar con mayor armonía.

»María se encariñó conmigo y comenzó a confiar más y más en mí. En cierto modo, yo adoraba el suelo que pisaba. No sabía que existia otra forma de vida. Ella nos dijo que así era como funcionaban las cosas y nosotros la creímos.

»Me pidió que la avisara cuando mis hermanos y yo estuviéramos preparados para la lucha y yo ardía en deseos de probarme. Al final, conseguí que trabajaran codo con codo veintitrés vampiros neófitos increíblemente fuertes, disciplinados y de una destreza sin parangón. María estaba eufórica.

»Nos acercamos con sigilo a Monterrey, el antiguo hogar de María, donde nos lanzó contra sus enemigos, que nada más contaba con nueve neófitos en aquel momento y un par de vampiros veteranos para controlarlos. María apenas podía creer la facilidad con la que acabamos con ellos, sólo cuatro bajas en el transcurso del ataque, una victoria sin precedentes.

»Todos estábamos bien entrenados y realizamos el golpe de mano con la máxima discreción, de tal modo que la ciudad cambió de dueños sin que los humanos se dieran cuenta.

»El éxito la volvió avariciosa y no transcurrió mucho tiempo antes de que María fijara los ojos en otras ciudades. Ese primer año extendió su control hasta Texas y el norte de México. Entonces, otros vinieron desde el sur para expulsarla.

Jasper recorrió con dos dedos el imperceptible contorno de las cicatrices de un brazo.

—Los combates fueron muy intensos y a muchos les preocupó el probable regreso de los Vulturis. Tras dieciocho meses, fui el único superviviente de los veintitrés primeros. Ganamos tantas batallas como perdimos y Nettie y Lucy se revolvieron contra María, que fue la que prevaleció al final.

»Ella y yo fuimos capaces de conservar Monterrey. La cosa se calmó un poco, aunque las guerras no cesaron. Se desvaneció la idea de la conquista y quedó más bien la de la venganza y las rencillas, pues fueron muchos quienes perdieron a sus compañeros y eso no es algo que se perdone entre nosotros.

»María y yo mantuvimos en activo alrededor de una docena de neófitos. Significaban muy poco para nosotros. Eran títeres, material desechable del que nos deshacíamos cuando sobrepasaba su tiempo de utilidad. Mi vida continuó por el mismo sendero, de violencia y de esa guisa pasaron los años. Yo estaba hastiado de aquello mucho antes de que todo cambiara.

»Unas décadas después, trabé cierta amistad con un neófito que, contra todo pronóstico, había sobrevivido a los tres primeros años y seguía siendo útil. Se llamaba Peter, me caía bien, era... «civilizado»; sí, supongo que ésa es la palabra adecuada. Le disgustaba la lucha a pesar de que se le daba bien.

»Estaba a cargo de los neófitos, venía a ser algo así como su canguro. Era un trabajo a tiempo completo.

»Al final, llegó el momento de efectuar una nueva purga. Era necesario reemplazar a los neófitos cada vez que superaban el momento de máximo rendimiento. Se suponía que Peter me ayudaba a deshacerme de ellos. Los separábamos individualmente. Siempre se nos hacía la noche muy larga. Aquella vez intentó convencerme de que algunos de ellos tenían potencial, pero me negué porque María me había dado órdenes de que me librara de todos.

»Habíamos realizado la mitad de la tarea cuando me percaté de la gran agitación que embargaba a Peter. Meditaba la posibilidad de pedirle que se fuera y rematar el trabajo yo solo mientras llamaba a la siguiente víctima. Para mi sorpresa, Peter se puso arisco y furioso. Confiaba en ser capaz de dominar cualquier cambio de humor por su parte... Era un buen luchador, pero jamás fue rival para mí.

»La neófita a la que había convocado era una mujer llamada Charlotte que acababa de cumplir su año. Los sentimientos de Peter cambiaron y se descubrieron cuando ella apareció. Él le ordenó a gritos que se fuera y salió disparado detrás de ella. Pude haberlos perseguido, pero no lo hice. Me disgustaba la idea de matarle.

»María se enfadó mucho conmigo por aquello... Peter regresó a hurtadillas cinco años después, y eligió un buen día para llegar.

»María estaba perpleja por el continuo deterioro de mi estado de ánimo. Ella jamás se sentía abatida y se preguntaba por qué yo era diferente. Comencé a notar un cambio en sus emociones cuando estaba cerca de mí; a veces era miedo; otras, malicia. Fueron los mismos sentimientos que me habían alertado sobre la traición de Nettie y Lucy. Peter regresó cuando me estaba preparando para destruir a mi única aliada y el núcleo de toda mi existencia.

»Me habló de su nueva vida con Charlotte y de un abanico de opciones con las que jamás había soñado. No habían luchado ni una sola vez en cinco años a pesar de que se habían encontrado con otros muchos de nuestra especie en el norte; con ellos era posible una existencia pacífica.

»Me convenció con una sola conversación. Estaba listo para irme y, en cierto modo, aliviado por no tener que matar a María. Había sido su compañero durante los mismos años que Carlisle y Edward estuvieron juntos, aunque el vínculo entre nosotros no fuera ni por asomo tan fuerte. Cuando se vive para la sangre y el combate, las relaciones son tenues y se rompen con facilidad. Me marché sin mirar atrás.

»Viajé en compañía de Peter y Charlotte durante algunos años mientras le tomaba el pulso a aquel mundo nuevo y pacífico, pero la tristeza no desaparecía. No comprendía qué me sucedía hasta que Peter se dio cuenta de que empeoraba después de cada caza.

»Medité a ese respecto. Había perdido casi toda mi humanidad después de años de matanzas y carnicerías. Yo era una pesadilla, un monstruo de la peor especie, sin lugar a dudas, pero cada vez que me abalanzaba sobre otra víctima humana tenía un atisbo de aquella otra vida. Mientras las presas abrían los ojos, maravillados por mi hermosura, recordaba a María y a sus compañeras, y lo que me habían parecido la última noche que fui Jasper Whitlock. Este recuerdo era más fuerte que todo lo demás, ya que yo era capaz de saber todo lo que sentía mi presa y vivía sus emociones mientras la mataba.

»Has sentido cómo he manipulado las emociones de quienes me rodean, Bella, pero me pregunto si alguna vez has comprendido cómo me afectan los sentimientos que circulan por una habitación. Viví en un mundo sediento de venganza y el odio fue mi continuo compañero durante mi primer siglo de vida. Todo eso disminuyó cuando abandoné a María, pero aún sentía el pánico y el temor de mi presa.

«Empezó a resultar insoportable.

»El abatimiento empeoró y vagabundeé lejos de Peter y Charlotte. Ambos eran civilizados, pero no sentían la misma aversión que yo. A ellos les bastaba con librarse de la batalla, mas yo estaba harto de matar, de matar a cualquiera, incluso a simples humanos.

»Aun así, debía seguir haciéndolo. ¿Qué otra opción me quedaba? Intenté disminuir la frecuencia de la caza, pero al final sentía demasiada sed y me rendía. Descubrí que la autodisciplina era todo un desafío después de un siglo de gratificaciones inmediatas… Todavía no la he perfeccionado.

Jasper se hallaba sumido en la historia, al igual que yo. Me sorprendió que su expresión desolada se suavizara hasta convertirse en una sonrisa pacífica.

—Me hallaba en Filadelfia y había tormenta. Estaba en el exterior y era de día, una práctica con la que aún no me encuentro cómodo del todo. Sabía que llamaría la atención si me quedaba bajo la lluvia, por lo que me escondí en una cafetería semivacía. Tenía los ojos lo bastante oscuros como para que nadie me descubriera, pero eso significaba también que tenía sed, lo cual me preocupaba un poco.

»Ella estaba sentada en un taburete de la barra. Me esperaba, por supuesto —rió entre dientes una vez—. Se bajó de un salto en cuanto entré y vino directamente hacia mí.

»Eso me sorprendió. No estaba seguro de si pretendía atacarme, esa era la única interpretación que se me ocurría a tenor de mi pasado, pero me sonreía y las emociones que emanaban de ella no se parecían a nada que hubiera experimentado antes.

»—Me has hecho esperar mucho tiempo —dijo.

No me había percatado de que Alice había vuelto para quedarse detrás de mí otra vez.

—Y tú agachaste la cabeza, como buen caballero sureño, y respondiste: «Lo siento, señorita» —Alice rompió a reír al recordarlo.

Él le devolvió la sonrisa.

—Tú me tendiste la mano y yo la tomé sin detenerme a buscarle un significado a mis actos, pero sentí esperanza por primera vez en casi un siglo.

Jasper tomó la mano de Alice mientras hablaba y ella esbozó una gran sonrisa.

—Sólo estaba aliviada. Pensé que no ibas a aparecer jamás.

Se sonrieron el uno al otro durante un buen rato después del cual él volvió a mirarme sin perder la expresión relajada.

—Alice me habló de sus visiones acerca de la familia de Carlisie. Apenas di crédito a que existiera esa posibilidad, pero ella me insufló optimismo y fuimos a su encuentro.

—Casi nos da algo del susto —intervino Edward, que puso los ojos en blanco antes de que Jasper pudiera explicarme nada más—. Emmett y yo nos habíamos alejado para cazar y de pronto aparece Jasper, cubierto de cicatrices de combate, llevando detrás a este monstruito —Edward propinó un codazo muy suave a Alice—, que saludaba a cada uno por su nombre, lo sabía todo y quería averiguar en qué habitación podía instalarse.

Alice y Jasper echaron a reír en armonía, como un dúo de soprano y bajo.

—Cuando llegué a casa, todas mis cosas estaban en el garaje.

Alice se encogió de hombros.

—Tu habitación tenía las mejores vistas.

Ahora los tres rieron juntos.

—Es una historia preciosa —comenté. Tres pares de ojos me miraron como si estuviera loca—. Me refiero a la última parte —me defendí—, al final feliz con Alice.

—Ella marca la diferencia —coincidió Jasper—. Y sigo disfrutando de la situación.

Pero no podía durar la momentánea pausa en la tensión del momento.

—Una tropa... —susurró Alice—, ¿por qué no me lo dijiste?

Todos nos concentramos de nuevo en el asunto. Todas las miradas se clavaron en Jasper.

—Creí que había interpretado incorrectamente las señales. ¿Y por qué? ¿Quién iba a crear un ejército en Seattle? En el norte no hay precedentes ni se estila la vendetta. La perspectiva de la conquista tampoco tiene sentido, ya que nadie reclama nada. Los nómadas cruzan las tierras y nadie lucha por ellas ni las defiende.

—Pero he visto esto antes y no hay otra explicación. Han organizado una tropa de neófitos en Seattle. Supongo que no llegan a veinte. La parte ardua es su escasa capacitación. Quienquiera que los haya creado se limita a dejarlos sueltos. La situación sólo puede empeorar y los Vulturis van a aparecer por aquí a no tardar mucho. De hecho, me sorprende que lo hayan dejado llegar tan lejos.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Carlisle.

—Destruir a los neófitos, y además hacerlo pronto, si queremos evitar que se involucren los Vulturis —el rostro de Jasper era severo. Suponía lo mucho que le perturbaba aquella decisión ahora que conocía su historia—. Os puedo enseñar cómo hacerlo, aunque no va a ser fácil en una ciudad. Los jóvenes no se preocupan de mantener la discreción, pero nosotros debemos hacerlo. Eso nos va a limitar en cierto modo, y a ellos no. Quizá podamos atraerlos para que salgan de allí.

—Quizá no sea necesario —repuso Edward, huraño—. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que la única posible amenaza para la creación de un ejército en esta zona somos... nosotros?

Jasper entornó los ojos mientras que Carlisle los abrió, sorprendido.

—El grupo de Tanya también está cerca —contestó Esme, poco dispuesta a aceptar las palabras de Edward.

—Los neófitos no están arrasando Anchorage, Esme. Me parece que deberíamos sopesar la posibilidad de que seamos el objetivo.

—Ellos no vienen a por nosotros —insistió Alice. Hizo una pausa—, o al menos... no lo saben, todavía no.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Edward, curioso y nervioso al mismo tiempo—. ¿De qué te has acordado?

—Destellos —contestó Alice—. No obtengo una imagen nítida cuando intento ver qué ocurre, nunca es nada concreto, pero sí he atisbado esos extraños fogonazos. No bastan para poderlos interpretar. Parece como si alguien les hiciera cambiar de opinión y los llevara de un curso de acción a otro muy deprisa para que yo no pueda obtener una visión adecuada.

—¿Crees que están indecisos? —preguntó Jasper con incredulidad.

—No lo sé...

—Indecisión, no —masculló Edward—. Conocimiento. Se trata de alguien que sabe que no vas a poder ver nada hasta que se tome la decisión, alguien que se oculta de nosotros y juega con los límites de tu presciencia.

—¿Quién podría saberlo? —susurró Alice.

Los ojos de Edward fueron duros como el hielo cuando respondió:

—Aro te conoce mejor que tú misma.

—Pero me habría enterado si hubieran decidido venir...

—A menos que no quieran ensuciarse las manos...

—Tal vez se trate de un favor —sugirió Rosalie, que no había despegado los labios hasta ese momento—. Quizá sea alguien del sur, alguien que ha tenido problemas con las reglas, alguien al que le han ofrecido una segunda oportunidad: no le destruyen a cambio de hacerse cargo de un pequeño problema... Eso explicaría la pasividad de los Vulturis.

—¿Por qué? —preguntó Carlisle, aún atónito—. No hay razón para que ellos...

—La hay —discrepó Edward en voz baja—. Me sorprende que haya salido tan pronto a la luz, ya que los demás pensamientos eran más fuertes cuando estuve con ellos. Aro nos quiere a Alice y a mí, cada uno a su lado. El presente y el futuro, la omnisciencia total. El poder de la idea le embriaga, pero yo había creído que le iba a costar mucho más tiempo concebir ese plan para lograr lo que tanto ansia. Y también hay algo sobre ti, Carlisle, sobre tu familia, próspera y en aumento. Son los celos y el miedo. No tienes más que él, pero sí posees cosas de su agrado. Procuró no pensar en ello, pero no lo consiguió ocultar del todo. La idea de erradicar una posible competencia estaba ahí. Además, después del suyo, nuestro aquelarre es el mayor de cuantos han conocido jamás...

Contemplé aterrorizada el rostro de Edward. Jamás me había dicho nada de aquello, aunque suponía la razón. Ahora me imaginaba el sueño de Aro: Edward y Alice llevando vestiduras negras a su lado, con ojos fríos e inyectados en sangre...

Carlisle interrumpió mi creciente pesadilla.

—Hay que tener en cuenta también que se han consagrado a su misión y no quebrantarían sus propias reglas. Esto iría en contra de todo aquello por lo que luchan.

—Siempre pueden limpiarlo todo después —refutó Edward con tono siniestro—. Cometen una doble traición y aquí no ha pasado nada.

Jasper se inclinó hacia delante sin dejar de sacudir la cabeza.

—No, Carlisle está en lo cierto. Los Vulturis jamás rompen las reglas. Además, todo esto es demasiado chapucero. Este... tipo, esta amenaza es... No tienen ni idea de lo que se traen entre manos. Juraría que es obra de un primerizo. No me creo que estén involucrados los Vulturis, pero lo estarán. Vendrán.

Nos miramos todos unos a otros, petrificados por la incertidumbre del momento.

—En ese caso, vayamos... —rugió Emmett—. ¿A qué estamos esperando?

Carlisle y Edward intercambiaron una larga mirada de entendimiento. Edward asintió una vez.

—Vamos a necesitar que nos enseñes a destruirles, Jasper —expuso Carlisle al fin con gesto endurecido, pero podía ver la pena en sus ojos mientras pronunciaba esas palabras. Nadie odiaba la violencia más que él.

Había algo que me turbaba y no conseguía averiguar de qué se trataba. Estaba petrificada de miedo, horrorizada, aterrada, y aun así, por debajo de todo eso, tenía la sensación de que se me escapaba algo importante, algo que tenía sentido dentro del caos, algo que aportaría una explicación.

—Vamos a necesitar ayuda —anunció Jasper—. ¿Crees que el aquelarre de Tanya estaría dispuesto...? Otros cinco vampiros maduros supondrían una diferencia enorme y sería una gran ventaja contar con Kate y Eleazar a nuestro lado. Con su ayuda, incluso sería fácil.

—Se lo pediremos —contestó Carlisle.

Jasper le tendió un móvil.

—Tenemos prisa.

Nunca había visto resquebrajarse la calma innata de Carlisle. Tomó el teléfono y se dirigió hacia las ventanas. Marcó el número, se llevó el móvil al oído y apoyó la otra mano sobre el cristal. Permaneció contemplando la neblinosa mañana con una expresión afligida y ambigua.

Edward me tomó de la mano y me llevó hasta un sofá. Me senté a su lado sin perder de vista su rostro mientras él miraba fijamente a Carlisle, que hablaba bajito y muy deprisa, por lo cual era difícil entenderle. Le escuché saludar a Tanya y luego se adentró en describir con rapidez la situación, demasiado rápido para comprender casi nada, aunque deduje que el aquelarre de Alaska no ignoraba lo que pasaba en Seattle.

Entonces se produjo un cambio en la voz de Carlisle.

—Vaya —dijo con voz un poco más aguda a causa de la sorpresa—. No nos habíamos dado cuenta de que Irina lo veía de ese modo.

Edward refunfuñó a mi lado y cerró los ojos.

—Maldito, maldito sea Laurent, que se pudra en el más profundo abismo del infierno al que pertenece...

—¿Laurent? —susurré.

La sangre huyó de mi rostro, pero Edward no me contestó, centrado en leerle los pensamientos a Carlisle.

No había olvidado ni por un momento mi encuentro con Laurent a principios de primavera. No se había borrado de mi mente una sola de las palabras que pronunció antes de que la manada de Jacob irrumpiera.

«De hecho, he venido aquí para hacerle un favor a ella».

Victoria. Laurent había sido su primer movimiento. Le había enviado a observar y averiguar si era difícil capturarme. No envió ningún informe gracias a que los lobos acabaron con él.

Aunque había mantenido los viejos lazos con Victoria a la muerte de James, también había entablado nuevos vínculos y relaciones, pues había ido a vivir con la familia de Tanya en Alaska. Tanya, la de la melena de color rubio rojizo, y sus compañeros eran los mejores amigos que los Cullen tenían en el mundo vampírico, prácticamente eran familia. Laurent había pasado entre ellos casi un año entero antes de su muerte.

Carlisle continuó hablando, pero su voz había perdido esa nota de súplica para fluctuar entre lo persuasivo y lo amenazador. Entonces, de pronto, triunfó lo segundo sobre lo primero.

—Eso está fuera de cuestión —respondió Carlisle con voz grave—. Tenemos un trato. Ni ellos lo han quebrantado ni nosotros vamos a romperlo. Lamento oír eso... Por supuesto, haremos cuanto esté en nuestras manos... Solos.

Cerró el móvil de golpe sin esperar respuesta y continuó contemplando la niebla.

—¿Qué problema hay? —inquirió Emmett a Edward en voz baja.

—El vínculo de Irina con nuestro amigo Laurent era más fuerte de lo que pensábamos. Ella les guarda bastante ojeriza a los lobos por haberle matado para salvar a Bella. Ella quiere... —hizo una pausa y bajó la mirada en busca de mi rostro.

—Sigue —le insté con toda la calma que pude aparentar.

—Pretende vengarse. Quiere aplastar a toda la manada. Nos prestarían su ayuda a cambio de nuestro permiso.

—¡No! —exclamé con voz entrecortada.

—No te preocupes —me tranquilizó con voz monocorde—. Carlisle jamás aceptaría eso —vaciló y luego suspiró—. Ni yo tampoco. Laurent tuvo lo que se merecía —continuó, casi con un gruñido— y sigo en deuda con los lobos por eso.

—Esto pinta mal —dijo Jasper—. Son demasiados incluso para un solo enfrentamiento. Les ganamos por la mano en habilidad, pero no en número. Triunfaríamos, sí, pero ¿a qué precio?

Dirigió la vista al rostro de Alice y la apartó enseguida. Quise gritar cuando entendí a qué se refería Jasper.

Venceríamos en caso de que hubiera lucha, pero no sin tener bajas. Algunos no sobrevivirían.

Recorrí la vista por la habitación y contemplé las facciones de Jasper, Alice, Emmett, Rose, Esme, Carlisle, Edward, los rostros de mi familia
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